De pronto, mi días se volvieron grises.
No me dí cuenta hasta estar inmerso en la monotonía. Toda esa tristeza aplastándome, consumándome, haciendo que cada movimiento o decisión signifique un esfuerzo supremo.
Camino por la calle en este día gris y triste con las manos en los bolsillos, con un destino incierto, sin importancia. El frío me quema la cara, la nariz es un témpano que se derrite, mis manos se esconden en los bolsillos y mi cuerpo se amontona y se pliega y se envuelve sobre mi.
Cae una llovizna constante y cada minúscula gota es una aguja al tocarme que va congelando mi piel en esos escasos centímetros que no pude y no quise proteger.
Mi pelo empapado me congela la cabeza, las ideas y no pienso… el vacío y la tristeza se agigantan y me ahogan y del pelo caen gotas que mojan mi frente y corren por mi cara, mis mejillas, cual si fueran lágrimas que brotaron de mis ojos vidriosos. O quizás sean lágrimas que se mezclan con el agua y se diluyen y se pierden sin que nadie las viera, lágrimas de soledad, en soledad.
Llego a la esquina y el rojo del semáforo me corta el paso y me perturba el contraste de su color sangre sobre el gris de mi día. ¿Me perturba o me llama?
Junto a mi dos personas se apretujan bajo un paraguas y conversan. Sus días no son grises y este frio y esta lluvia parecen ser solo míos.
El silencio y la tristeza de mi día acrecenta mis sentidos, los amplifica. No quiero escuchar de que hablan, no quiero que sus colores me torturen y se rían de mi gris. Pero escucho.
- - Llegó con todo el invierno
- - Si, y con esta lluvia tan helada uno no quiere ni salir de la casa.
…
Osea que era el invierno, no era gris mi día, es decir una estación del año que depende de la distancia de la tierra al sol y la inclinación de su eje. Por consiguiente factores en los que no puedo interferir de ninguna manera y que pasará con el tiempo.
Mejor me vuelvo a casa a darme una ducha caliente no vaya a ser que me resfríe.